Viene de aquí:
Oh, señor, ¿cuando los insensatos
políticos que nos gobiernan desde Washington escucharan nuestras quejas?
Así rezaba el incendiario
editorial de Marton Marble, editor y propietario del diario New York World el
martes 14 de julio de 1863.
Otros editoriales similares ayudaron a
reanimar la hostilidad de los revoltosos contra aquellos a quienes
consideraban responsables de la situación, los lideres políticos e
industriales que estaban a favor de la libertad
para los esclavos afroamericanos y su integración en la sociedad de New York.
Buena parte de los propietarios
de las más grandes empresas y comercios de la ciudad decidieron armar a sus
trabajadores para resistir los ataques de
los manifestantes. En el area de Wall Street, un grupo de propietarios de pequeñas
tiendas reunió y armó a una fuerza de 1200 voluntarios para proteger las vidas
y haciendas de los ciudadanos.
Por su parte, funcionarios
federales se hacían con el control de los depósitos gubernamentales y los
lingotes de oro y los trasladaban a Gobernor Island para dejarlo bajo el cuidado
del ejercito federal.Los bancos privados decidieron entonces tomar las mismas precauciones,
y comenzaron a sacar sus lingotes fuera de la ciudad en absoluto secreto.
Los trabajadores de la Aduana y
casa de cambio de New York fortificaron
el edificio con grandes balas de algodón cubriendo las ventanas, y colocando
grandes frascos de acido sulfúrico en el techo, para arrojarlo sobre las
cabezas de los alborotadores si se acercaban en demasía.
Ningún empresario quería sufrir
la suerte que había sufrido la sastrería “Hermanos Brooks”, que el sábado anterior
había soportado el asalto de una turba enfurecida.
Conocido y odiado por ser un
empresario poco amistoso y un tanto tramposo, la empresa de los hermanos
Brooks había sufrido anteriormente varias huelgas, y además ,el Departamento de Justicia federal había iniciado un
expediente sancionador sobre la empresa debido al suministro masivo al ejercito
de la Unión de uniformes de muy escasa calidad, y aun menor duración.
A las 9:30 de la mañana del sábado,
las primeras piedras y adoquines rompieron puertas y ventanas, y los
alborotadores accedieron con facilidad a la tienda, saqueando y destrozando el
interior.La llegada de una veintena de policías disolvió a los manifestantes,
pero no antes que la tienda sufriera daños por un valor superior a los 60.000 dólares
de la época, una autentica fortuna.
La situación se presentaba tan
preocupante que finalmente el gobernador estatal Seymour declaró el estado de insurrección
en la ciudad, e invocó una ley estatal que ponía bajo control federal la
responsabilidad de restablecer el orden.
Seymour se puso en contacto con
el arzobispo católico de New York, John Hughes, para solicitarle que “ejerciera
su poderosa influencia para detener los desordenes, y que sus deberes sagrados
no se verían molestados de ninguna
manera por su ayuda a las autoridades civiles”
El arzobispo Hughes había apoyado
inicialmente a la administración republicana de Lincoln, pero tras la proclamación
de la ley de emancipación ( que perjudicaba seriamente a los mas pobres de la ciudad,los irlandeses catolicos ), los más altos dirigentes de la iglesia católica
neoyorquina habían rota las relaciones con los republicanos.
El siguiente movimiento del
gobernador Seymour consistió en enviar al general McClellan a los distritos de
mayoría demócrata, para utilizar su influencia e intentar calmar los ánimos de
los manifestantes.
Pero Seymour no tenía ningún tipo
de relación con el jefe de la policia, Acton, y llevaba meses sin hablar con
el alcalde Opdyke, un republicano del que sospechaba quería aprovechar los disturbios
para apartarle del cargo.
Al atardecer del martes,el
alcalde Opdyke recibió la noticia de la inminente llegada de la ayuda militar prometida
por el secretario de guerra de la unión, Edwin Stanton.Se trataba de cinco regimientos
completos,que llegarían a New York desde Pennsylvania y Maryland.Al mismo tiempo,
desde los medios de comunicación de corte republicano comenzaron a lanzarse mensajes en los que se afirmaba que
los disturbios no se trataban de simples manifestaciones violentas,sino de una
autentica revolución, organizada por simpatizantes confederados residentes
en New York, que la ley marcial debía
ser declarada en la ciudad y que tal revolución debía ser asfixiada antes de
que se hiciera más poderosa y peligrosa para los intereses de la Unión.
Mientras los políticos y figuras
relevantes de ambos bandos demócratas y republicanos se enfrentaban a través de
editoriales de periodicos,los manifestantes no perdían el tiempo,y comenzaron
a construir barricadas al este y oeste
de Manhattan, usando para ello postes de telégrafo, carros, maderos, basura,adoquines,ladrillos,etc,todo
lo que pudieron conseguir.
La zona entre la 1ª avenida y el
rio desde la avenida 11 hasta la calle 14 había sido siempre un feudo
tradicional de los trabajadores irlandeses católicos, que votaban en masa a los
demócratas, una zona absolutamente libre de republicanos.A las 6 y media de la tarde,
los primeros soldados de la Unión hicieron su aparición.
Una compañía de infantería,
apoyada por un grupo de policías, se dirigió en perfecta formación hacia la barricada
construida en el lado oeste. Descarga tras descarga, los soldados desalojaron a los manifestantes de la barricada, mientras
lanzaban a los soldados cualquier cosa que tuvieran a mano, mientras los policías se ocupaban de abrir paso.
Una descarga final terminó con la resistencia de los manifestantes, que huyeron
en todas direcciones.
Las fuertes lluvias que cayeron
sobre New York la mañna del miércoles no detuvieron la violencia, y el día comenzó
como había comenzado los días anteriores, con el asesinato de un hombre de color,
un marinero llamado William Williams enrolado en el carguero Belvidere,que fue
golpeado hasta la muerte tras cometer el error de entrar a preguntar una dirección
a un almacén regentado por irlandeses.Solo un par de horas después, un bombero
voluntario también de color, James Bornello,fue atrapado en la calle 32 por un
gran grupo de manifestantes. Se defendió y consiguió terminar con la vida de uno
de los asaltantes, pero su resistencia ceso
cuando fue apedreado y golpeado hasta la muerte. Despues, fue colgado de un árbol,
y sus dedos cortados sirvieron de souvenir para algunos de sus asesinos.
La masa se dirigió a continuación
a tratar de incendiar una manzana entera de edificios habitados por personas de color,
pero las tropas del ejército estaban allí
esperando, y una descarga cerrada de los infantes termino con la vida de 23
manifestantes.
Mientras los linchamientos y los
saqueos continuaban por todo Manhattan, el Concejo Ciudadano de New York se reunió de urgencia para discutir una medida que podia, si no terminar por completo
con los incidentes, si atenuar sus consecuencias.
La propuesta consistía en crear
un fondo de 2,5 millones de dólares, que servirían para pagar los 300 dólares
que cada “agraciado” en el sorteo para
el reclutamiento forzoso debía pagar si quería librarse de unirse al ejército
de la Unión.
Esta medida fue vista por algunos líderes
republicanos como un soborno con el que se pretendía acallar la voz de los que
se oponían al servicio militar obligatorio. El propio alcalde Opdyke se opuso
la medida, y para ganar tiempo afirmó que debía esperarse a la decisión de los tribunales sobre la
legalidad o no de la ley de reclutamiento.