miércoles, 17 de septiembre de 2025

Roger de Lauria, Almirante de Aragon ( 4ª parte)

 


Viene de aquí:

  Mientras los  sarracenos de Manfredo se acercaban a  la ribera norte del rio Calore, Carlos de Anjou desplegó su caballería en tres contingentes , precedido en vanguardia por una unidad de infantería de plebeyos mal armados llamados ribauds (poco menos que carne de cañón )

 La primera línea de jinetes estaba formada por unos 900 provenzales, capitaneados por el conde Felipe de Monfort y el conde Hugo de Mirepoix, mariscal de Francia. El propio Carlos de Anjou comandaba la segunda línea, que incluía a unos mil caballeros procedentes principalmente de Champaña y Languedoc, entre ellos el obispo de Auxerre y el conde de Vendôme. 400 jinetes güelfos de Guido Guerra, procedentes de la Toscana, seguramente también formaban parte de este segundo contingente de caballeria. Por último, estaba la reserva, compuesta por 700 jinetes (en su mayoría de Flandes, Brabante, Picardía y Aisne), con Roberto de Flandes y el condestable Gilles Le Brown al mando.

  Los sarracenos habían avanzado sin esperar ordenes, intentando debilitar con sus flechas la primera línea de Carlos de Anjou, para que la caballería alemana de Manfredo encontrara menos resistencia.

Arqueros sarracenos.
 

  El avance de los arqueros sarracenos provoco un intento de contraataque por parte de los ribauds, que soportaron a duras penas una despiadada lluvia de flechas. Escasamente equipados, pocos de los ribauds disponian de  armas, y ninguno de ellos llevaba algún tipo de  armadura o protección defensiva, así que el resultado fue una espantosa masacre de ribauds.

  Enfurecidos por el resultado, Mirepoix y Monfort lanzaron un destacamento de caballería provenzal contra los arqueros sarracenos, que no disponian de otras armas aparte del arco.

Sargento de los ribauds.
 

  Así, los arqueros sarracenos fueron diezmados, y los supervivientes huyeron a buscar la protección de la caballería alemana de Giordano Lancia, que, sin esperar ordenes, lanzo a sus 1200 jinetes contra los provenzales.

  Los mercenarios alemanes eran  hombres corpulentos montados en grandes caballos, protegidos por  armaduras de placas que los convertía en prácticamente invulnerables a flechas, lanzas, espadas, etc

  El impulso de su carga debió de frenar fácilmente el avance de los jinetes provenzales, mucho más ligeros y protegidos solo por cotas de malla, y exhaustos tras el combate con los sarracenos.

  Según el relato de Andrés de Hungría, contemporáneo de la batalla, avanzando al trote lento y manteniendo una formación tan cerrada que nadie pudo abrirse paso entre sus filas, empujaron lenta pero  eficazmente a los provenzales.

 

 Aunque la situación era grave para los provenzales, Carlos de  Anjou no perdió los nervios, y envió a toda su segunda división de caballería, incluidos los 400 toscanos del condotiero Guido Guerra.

  Los alemanes se enfrentaron entonces a dos grupos de caballería enemiga, pero aun así parecían prevalecer, haciendo retroceder a los franceses poco a poco.

  Pero, finalmente los hombres de Carlos encontraron la grieta en la armadura de placas alemana, una versión temprana y primitiva que carecía de refinamientos como ristres o codales  para proteger las articulaciones  vulnerables como  las axilas, donde latían las vitales arterias axilares. 

 Así, cuando los caballeros alemanes alzaban sus espadas para atacar, exponian una brecha crucial a sus adversarios. Según fuentes francesas contemporáneas, entre la infantería angevina se alzó el grito de "¡Apuñalad bajo el brazo!"

  Blandiendo pesadas espadas largas alemanas en un espacio tan reducido, los mercenarios de Manfredo eran un blanco fácil para las hojas francesas, más cortas y afiladas (como la daga Miséricorde,llamada  así por que servia para rematar a los caballeros heridos o desmontados ). 

Daga Misericorde.
 

  Los soldados de infantería franceses también usaban sus dagas para golpear los corceles de los caballeros alemanes. En cuestión de minutos, varios caballeros cayeron mortalmente heridos y el orden cerrado de sus filas pronto se rompió. Dividido en grupos más pequeños y con una gran inferioridad numérica, el cuerpo de caballería alemán fue rápidamente superado y derrotado.

 Galvano Lancia seguía guiando a sus gibelinos toscanos y lombardos a través del puente mientras todo esto sucedía. Para cuando él y sus hombres pudieron unirse a la melé, la mayoría de los valientes jinetes alemanes habían sido aniquilados. Los italianos pronto se encontraron enfrentados a una fuerza francesa muy superior, envalentonados por su reciente victoria sobre los supuestamente invencibles alemanes.

 

  Carlos  de Anjou se aseguró la victoria al ordenar a sus reservas que atacaran el flanco italiano. Manfredo solo pudo observar con horror desde la cabeza de puente cómo los hombres de su tío eran destrozados y dispersados.

  El rey Manfredo ordenó a sus reservas entrar en acción, pero ya era demasiado tarde. Sus propios  nobles vasallos dieron el golpe de gracia. Los condes de Caserta y Acerra, al ver lo desesperado de la situación, abandonaron el campo de batalla con sus séquitos.

  Quedándose solo con un puñado de incondicionales, Manfredo tuvo apenas unos segundos para decidir si luchar o huir. Optó por lo primero, lanzándose con valentía a la refriega. El rey Manfredo murio en el combate y se cree que nadie de su séquito inmediato sobrevivió a la batalla, incluido su fiel amigo Teobaldo Annibaldi, quien se había puesto diligentemente la sobrevesta real de Manfredo como distracción antes del combate.

"Carlos de Anjou sobre el cadaver de Manfredo", obra de Carl Rahl.
 

  Se dice que Carlos de Anjou ordenó a los ribauds que siguieran a cada uno de los  caballeros franceses para rematar a cualquiera de los combatientes enemigos heridos .Los ribauds no perdonaron a nadie ,y masacraron a todos bárbaramente; La crueldad lavó las manos de los vencedores con la sangre de los caídos.

  Aquellos que lograron esquivar las dagas de los ribauds en su mayoría, encontraron su fin en el gélido rio Calore, ahogados por el peso de sus propias armaduras, o en la avalancha de pánico en el puente obstruido que era su única vía de escape.

  De los 3.600 hombres de armas de Manfredo, todos menos 600 perecieron. Carlos de Anjou había destruido la flor y nata de la caballería Hohenstaufen en un solo día. Y, al hacerlo, había sembrado la semilla de su propia derrota.

  Entre los muertos se encontraba un noble calabrés de rango medio llamado Ricardo de Lauria, padre del hombre que se convertiría en el mayor almirante de la época y némesis de Anjou.

  No se sabe mucho sobre los orígenes familiares de Roger de Lauria, y menos aun sobre su padre, Ricardo de Lauria.

  Lo único que parece seguro es que el padre fue un fiel feudatario de  la monarquía Hohenstaufen y que probablemente murió en Benevento junto a  la mayoría de los caballeros del rey Manfredo.

 Ni siquiera se puede asegurar que su nombre fuera realmente el de Ricardo. La Crónica de Ramon Muntaner, una de las pocas fuentes contemporáneas que aborda el tema, dice que Roger “era de noble ascendencia, de señores de pendon propio" insinuando que su padre era un caballero "abanderado", una especie de barón de bajo nivel que comandaba una compañía de caballeros bajo su propio estandarte.

  Muntaner afirma que la baronía se encontraba en Calabria y constaba de 24 castillos, llamandose Lauria el castillo principal. Pero la idea de que el padre de Roger murió en la batalla de Benevento proviene en realidad de una fuente mucho más tardía, los Anales de la Corona de Aragón del siglo XVI de Jerónimo Zurita, que tampoco proporciona un nombre.

 Zurita solo lo identificó como un gran privato del rey Manfredo, lo que implica que era un familiaris regis , es decir, miembro de la casa real.

 Aunque el relato de Zurita no coincidió temporalmente con los hechos, no puede descartarse por completo. Es posible que tuviera acceso a fuentes  que ya no existen. Durante los treinta años que le llevó componer los Anales, se sabe que Zurita viajó a Roma, Sicilia y Nápoles en busca de documentos relevantes más allá de los archivos de la Corona de Aragón.

Restos del castillo de Lauria

 

(Continuara…)

jueves, 11 de septiembre de 2025

Naufragos de guerra : 5ª parte

 


Viene de aquí :

  Los retos a los que se enfrentaban los supervivientes eran múltiples: debían restablecer el orden y la coordinación dentro y entre los botes salvavidas, atender a los heridos, calcular una ruta, racionar agua y comida, organizar la guardia, mantener la moral de todos, etc.

 La gran incertidumbre era no saber si serían rescatados ni con qué rapidez. Algunos quedarían a la deriva durante varios días antes de ser rescatados, otros desaparecerían para siempre.

 Torpedeado el 5 de julio de 1942 por Junkers Ju 88 en el Ártico, el Peter Kerr se hundió en pocos minutos, dejando justo el tiempo suficiente para que su tripulación pudiera subir a dos lanchas balleneras. Los marineros estadounidenses navegaron entonces con la ayuda de cartas y brújula durante siete días completos, llegando finalmente a la costa cerca de Múrmansk, todos sanos y salvos.

 

  Este no fue el caso del Earlston, que presenció el bombardeo y el hundimiento del Peter Kerr. antes de ser bombardeado y luego torpedeado, y fue evacuado por sus 56 tripulantes, que subieron a varios botes salvavidas. Perdido en la niebla, uno de ellos estuvo a la deriva durante diez días de agonía remando con racionamientos rigurosos de comida y agua, llegando finalmente a Finlandia y siendo hechos prisioneros sus tripulantes.

 Para  los hombres que caian al agua y no tenían la suerte de subir a un bote salvavidas, las posibilidades de supervivencia eran extremadamente escasas y dependían principalmente de las condiciones meteorológicas. En julio, en el Ártico, por ejemplo, la temperatura del agua no supera los 3 °C y la muerte se produce en menos de quince minutos. Así, los desafortunados que caían al agua y no podían subir a algún bote, generalmente morían de hipotermia antes de ahogarse.

 

 En sus balsas improvisadas, los  helados supervivientes a veces iban a la deriva durante días, arrojando por la borda uno tras otro los cuerpos de sus compañeros congelados por el frío.

 Entre los supervivientes, muchos heridos por congelación tuvieron que sufrir amputaciones. El 23 de agosto de 1940, los 34 supervivientes del Severn Leigh fueron abandonados a 550 millas náuticas ( 1 milla nautica = 1,8 kilometros, aprox.) de Irlanda en un bote y dos balsas.Ttres de los heridos del ataque murieron en 36 horas. La moral se desplomó cuando un barco pasó a menos de cinco millas náuticas de ellos sin verlos.

 Unos días después, desesperado por la lentitud de los botes (menos de un nudo), el comandante abandonó a los heridos en las balsas para salvar a los demás náufragos, creyendo que podrían llegar a la costa irlandesa en diez días en un bote salvavidas.

  Bien provistos de comida, pero con insuficiente agua y cartas de navegación, los hombres sufrieron rápidamente de sed y del mal tiempo. Cuatro de ellos murieron antes del 1 de septiembre, y muchos más después. 

 

  Cuando toda esperanza parecía perdida, solo cuatro días después, diez supervivientes llegaron a la isla de Lewis y Harris, al noreste de Escocia. Uno de ellos falleció en el hospital, mientras llegaban noticias milagrosas del otro lado del océano: uno de los heridos abandonados en las balsas había sido rescatado con vida por un buque de guerra británico, que lo desembarcó en Halifax.

 Pero volvamos a la tragedia de los pasajeros del Laconia: el barco se había hundido, y el comandante del submarino finalmente comprendió la magnitud de la catástrofe que había causado y que se desarrollaba ante sus ojos. Decidió ayudar a los supervivientes.

  En dos horas, el U-156 recuperó a 90 de ellos de los restos que flotaban en la superficie. Ante la cantidad de supervivientes que aún quedaban por recuperar, Hartenstein decidió informar directamente al almirante Dönitz en París, quien autorizó por radio a los submarinos cercanos a subir a bordo a los heridos.

 

  Mientras tanto, los náufragos intentaban organizarse, no sin dificultad, mientras marineros ingleses y soldados polacos se encontraban con prisioneros italianos en balsas improvisadas, con todo el resentimiento que estos últimos podían expresar.

  Los heridos eran numerosos, y los tiburones, atraídos por la sangre, ya comenzaban a atacar a los más vulnerables. El teniente Tillie seguía reuniendo a un grupo de supervivientes a su alrededor en un bote salvavidas abarrotado: cada diez minutos, los hombres aferrados al bote cambiaban de posición para combatir el frío. A pesar de todo, gravemente herido en el brazo, el teniente Tille falleció alrededor de la medianoche. Su cuerpo fue entonces arrojado por la borda para liberar espacio que se había vuelto preciado.

 En algunos botes salvavidas, la relación entre italianos, británicos y polacos era cordial, pero en otros, las condiciones eran peores. El tercer oficial, que logró subir a un bote salvavidas con otros dos británicos, encontró a 86 italianos allí. Se mantuvo cierta disciplina, pero el oficial británico, como precaución, mandó vaciar los bolsillos de los prisioneros, encontrando una considerable cantidad de cuchillos. El día transcurrió mientras esperaban el rescate. Los ataques de tiburones aumentaron y el número de supervivientes disminuyó.

El U-506 rescatando supervivientes del Laconia, con el U-156 un poco mas adelante.

 

 El comandante Hartenstein sabía que barcos franceses estaban en camino, pero pidió voluntarios que regresaran a los botes salvavidas anclados a la popa del submarino para dejar espacio a los heridos más graves.

 El aviador Wells, pasajero del Laconia, tomó la iniciativa y organizó la distribución. El U-506 del kapitanleutnant Erich Würdemann llegó a la zona y 132 prisioneros de guerra fueron transferidos de un submarino a otro. Luego, el U-507 del capitan de corbeta Herro Schacht recogió el primer bote salvavidas de supervivientes. Los supervivientes subieron a bordo para ser atendidos y alimentados, pero estallaron incidentes mientras los prisioneros buscaban venganza contra sus antiguos captores.

 

  Schacht restableció el orden separando a los supervivientes por nacionalidad. El 16 de septiembre, el submarino italiano Cappellini interceptó dos botes salvavidas. El primero estaba equipado con una vela y albergaba a cincuenta británicos. Estaban bien organizados y aún les quedaba algo de comida y agua. Antes de partir, los italianos les transfirieron agua y vino. El segundo bote salvavidas también albergaba a británicos.

 El Cappellini se ofreció a llevar a las mujeres a bordo, pero las esposas se negaron a separarse de sus maridos, y el sumergible les proporcionó comida y les indicó un rumbo. Alrededor de las 12:30 p. m., un avión estadounidense apareció sobre el lugar y lanzó varias bombas sobre el U-156, obligándolo a separarse de los cuatro botes salvavidas que remolcaba. Uno de ellos volcó.

Parte de las mujeres y niñas del Laconia, que se negaron a abandonar a sus maridos.
 

  El Cappellini, por su parte, continuó recogiendo supervivientes, algunos de los cuales presentaban heridas curiosas, incluyendo heridas en las muñecas: durante la evacuación, los prisioneros intentaron volcar un bote lleno de tropas británicas para ocuparlo. Estos últimos se defendieron con las armas del barco, concretamente hachas. Si bien la mayoría de los británicos finalmente escaparon de lo peor, las pérdidas entre los polacos, y especialmente entre los italianos, fueron muy elevadas: 73 de los 103 guardias sobrevivieron al naufragio, pero solo 450 de los 1800 prisioneros lo consiguieron.

¿ Cuantos hombres  de las diferentes marinas mercantes perdieron sus vidas en los océanos debido a losa taques de submarinos o buques de superficie enemigos ?. Nunca se sabra, me temo.

 

 Solamente la flota  de transporte del Ministerio de  la guerra británico perdió entre 35.000  y 40.000 hombres ( aunque en el recuento se incluyen muertos cuyos barcos chocaron con alguna mina, aunque no se supiera quien la coloco, o los múltiples barcos desaparecidos entre las olas sin saber cual fue la causa de su desaparicion.).

  Finalmente, en noviembre de 1945, el gobierno británico termino por estimar las pérdidas totales de la marina mercante en 30.000 muertos y 5.000 desaparecidos. Una cifra a la que habría que añadir otra, como la de pasajeros civiles fallecidos, alrededor de 10.000 hombres, mujeres y niños.


 

LOS! Magazine, mars-avril 2023

 War At Sea, a shipwrecked history from antiquity to the twentieth century - James P. Delgado