Viene de aquí :
Muchos de los comandantes de los submarinos alemanes comenzaron la guerra con la caballerosa actitud de sus antecesores en la Gran Guerra.
Así, cuando el comandante Liebe del U-38 torpedeó el petrolero británico Inverliffey el 11 de septiembre de 1939, se tomó la molestia y el tiempo de remolcar los botes salvavidas repletos de marinos británicos para rescatar a los supervivientes del navío, que ardía vorazmente ya que transportaba petróleo, llevándolos a un lugar seguro y salvándoles de una muerte terrible, proporcionandoles incluso varios chalecos salvavidas.
Ese mismo día, , un poco más al norte, el comandante Schultze del U-48 hundió el carguero Firby y prestó primeros auxilios a los heridos. La tripulación logró subir a los botes salvavidas, y Schultze envió el siguiente mensaje en texto sin cifrar para que se pudiera enviar ayuda:
«Adelante, Sr. Churchill. He hundido el vapor británico Firby. Posición 509°40 minutos Norte, 13°50 minutos Oeste. Por favor, rescaten a la tripulación. [Firmado] Submarino alemán».
De igual manera, en su guerra de corso de 1939, el Graf Spee hizo todo lo que pudo, siempre que fue posible, por evacuar a los mercantes interceptados antes de hundirlos. Perseguido por el crucero pesado alemán el 15 de noviembre de 1939 frente a las costas de África, el pequeño petrolero Africa Shell , de 700 toneladas, intentó inicialmente alcanzar aguas neutrales, pero finalmente se detuvo. Su comandante actuó con rapidez, recogiendo sus documentos confidenciales y libros de códigos, metiéndolos en una bolsa plomada y arrojándolos por la borda, antes de ser separado de su tripulación. Mientras sus hombres subían a los botes salvavidas, recibió la orden de llegar al Graf Spee, donde permaneció prisionero hasta ser liberado en la escala forzosa en Montevideo el 17 de diciembre, pocas horas antes que su tripulación lo enviara al fondo del mar a pocos kilometros de Rio de la Plata.
Graf Spee, ardiendo en Rio de la Plata.
A partir de 1940, la guerra de convoyes se intensificó, impidiendo que los submarinos esperaran a que los marineros enemigos evacuaran sus buques. Los torpedeos salvajes aumentaron, sorprendiendo a las tripulaciones. Las tragedias humanas fueron innumerables.
Vadeando en el agua helada, cubiertos de combustible, heridos por las explosiones, los hombres tuvieron que coordinarse, a menudo a oscuras y bajo presión, para botar los botes salvavidas, una actividad que con frecuencia provocaba accidentes, ya que la maniobra era muy delicada para los inexpertos: náufragos aplastados por los botes, o cayendo repentinamente con ellos, balsas volcando con sus pasajeros, etc.
Intentando poner sobre el agua una lancha salvavidas.
Otro peligro eran las manchas de combustible que rodeaban a los barcos que se hundían, que a menudo resultaban ser trampas mortales para los náufragos que caían al agua: más ligero que el agua, el combustible flotaba en la superficie y su consistencia pegajosa y pastosa cubría rápidamente los rostros y las extremidades de los hombres que nadaban alrededor del barco, asfixiándolos.
Marino ingles, con salvavidas,cubierto de combustible.
Y si el navio torpeado se incendiaba, el fuego se propagara en cuestión de segundos a las manchas circundantes, condenando a estos hombres a un final terrible.
En ocasiones, los náufragos seguían siendo el objetivo incluso durante su evacuación. Esto es lo que le ocurrió, entre otros, al Severn Leigh (5242 TRB), un carguero torpedeado el 23 de agosto de 1940 al mediodía por el U-37 de Victor Oehrn. La explosión destruyó la popa y mató a ocho hombres. El carguero comenzó a hundirse inmediatamente y se dio la orden de evacuación. La tripulación lanzó tres botes salvavidas —dos a babor y uno a estribor— cuando el U-37 emergió a la superficie en las inmediaciones.
Lo que ocurrió sigue sin estar claro: los vigías que observaban la evacuación desde la torreta del submarino informaron al capitan Oehrn que los marineros britanicos intentaban colocar un cañón de proa mientras su operador de radio enviaba señales de socorro.
Ante estas acciones hostiles, el comandante alemán ordenó un disparo de advertencia desde el cañón de cubierta. Pero el cañón disparo varios proyectiles a babor antes que el submarino virara a estribor y se alejara. Cuando los supervivientes del tercer bote salvavidas llegaron, , descubrieron que los otros dos botes tenían fugas de agua y estaban repletos de cadáveres y heridos.
Es posible que la responsabilidad de la masacre de marineros se debiera a la mala puntería de los artilleros del submarino, que en vez de disparar sobre el carguero ya abandonado, dispararon sobre los botes.
Consternado por los efectos de los disparos, y temiendo las consecuencias políticas y mediáticas de su accion, el capitán Oehrn valoro por un momento la posibilidad de eliminar a todos los supervivientes, para eliminar posibles testigos. Pero finalmente ordeno el cese del fuego del cañón, para abandonar la zona posteriormente.
Los casos de evacuación más dramáticos fueron probablemente los de transportes de tropas o prisioneros, ya que a menudo involucraban a varios cientos de hombres. Algunas tragedias son bien conocidas por la magnitud de sus pérdidas. Este es, por ejemplo, el caso del RMS Laconia (19.965 t de desplazamiento), un transatlántico británico de la compañía Cunard construido en 1922,reconvertido en crucero auxiliar.
El 12 de agosto de 1942, zarpó de Suez rumbo a Inglaterra con 2.732 pasajeros, de los cuales aproximadamente 1.800 eran prisioneros italianos bajo la atenta mirada de 103 guardias polacos. Además, se embarcaron soldados británicos de permiso, hombres heridos, mujeres y niños para llegar al Reino Unido.
El 12 de septiembre, al noroeste de la Isla Ascensión, el Laconia fue avistado por el U-156 del capitán Hartenstein. Hasta el momento, la travesía había sido pacífica y la tripulación había podido entrenar a los pasajeros en la evacuación del transatlántico: había 72 botes salvavidas de todos los tamaños disponibles, así como numerosas balsas salvavidas de goma pequeñas.
Poco después de las 20:00, el submarino disparó dos torpedos que impactaron en el transatlántico con pocos segundos de diferencia. Los motores se detuvieron, las luces se atenuaron y los pasajeros entraron en pánico cuando el barco escoró 15° a estribor.
Rápidamente se dio la orden de llegar a los botes de rescate. El primer torpedo había impactado en la bodega número 4, donde se hacinaban 450 prisioneros, la mayoría de los cuales murieron a causa de la explosión. El segundo impactó, con los mismos efectos, en la bodega número 2, que también se había transformado en una enorme cárcel.
El pánico se apoderó de los supervivientes, quienes intentaron alcanzar los pasillos por todos los medios posibles, pero, al desconocer lo que ocurría en el exterior, sus guardias polacos los repelieron con bayonetas. Por su parte, los pasajeros se congregaron en cubierta para acceder a los botes salvavidas a estribor. Sin embargo, varios resultaron dañados o rotos por las explosiones, y la multitud complicó las operaciones de botadura.
El teniente John Tillie, de la Marina Real Británica, tomó el control de la situación e intentó distribuir a los pasajeros lo mejor posible entre los botes.
Un superviviente italiano testificó: “Corrí a mi salvavidas y me lo puse. Quería salvarme... Sí, quería salvarme. Tomé a un amigo en mis brazos y nos abrazamos en silencio mientras a nuestro alrededor reinaba el terror. Estaban furiosos. Uno maldecía, agitando el puño, otro rezaba de rodillas, otro corría, golpeando el mamparo, cayéndose, levantándose, gritando. Otro más se arrancaba el pelo, llorando. Otros, mudos de miedo, estúpidos, idiotas o locos, corrían en todas direcciones; uno de ellos, una auténtica fiera, rechinaba los dientes. “
Al mismo tiempo, el Laconia transmitía un mensaje de radio, pero el equipo de radio del transatlántico británico había resultado dañado por las explosiones, y la llamada de socorro no llegó muy lejos: ninguna estación ni barco aliado recibió el mensaje.
A las 21:15, una enorme explosión sacudió el barco por última vez. Las calderas acababan de explotar con un estruendo terrible. Mientras los pasajeros buscaban desesperadamente un bote para abordar, el transatlántico se hundía lentamente. Diez minutos después, todo había terminado: el Laconia desapareció, y solo unos pocos botes salvavidas y cientos de náufragos permanecieron en la superficie, zarandeados por las olas.
Comenzaba entonces un difícil viaje para los supervivientes, con numerosos y peligrosos desafíos.
(Continuara…)
No hay comentarios:
Publicar un comentario