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lunes, 9 de junio de 2025

1808 ; Napoleon : 2ª guerra peninsular ( 10ª parte)

 


Viene de aquí:

  Habiendo superado Somosierra el 30 de noviembre, las tropas francesas no tenían ya ningún obstáculo para llegar a Madrid.

  Con el emperador frances a las puertas, el pueblo de Madrid ocupo las calles de la capital y exigió defender la ciudad. Aterrorizados por la intensidad del odio al frances del populacho, las autoridades decidieron crear una junta de defensa de la ciudad que debía obtener todas las armas que pudiera, además de ordenar la construcción de barricadas y fosos. Durante unas pocas horas, todo fue actividad.

  La capital presentaba un espectáculo grandioso.Hombres y mujeres de todas las edades corrían, unos para llevar ladrillos a las improvisadas barricadas, otros para  cavar fosos, transportar piedras, etc.  Solo hizo falta una peticion de  un oficial para que se comenzaran a lanzar desde las ventanas todo utensilio de cocina disponible y mantas de lana o algodón para hacer balas con ellas. Las ventanas se taparon con colchones, mientras las calles eran bloqueadas con muebles de todo tipo y tamaño.

  Pero eran solo gente del pueblo, y la mayoría de las defensas habían sido pobremente planeadas y peor ejecutadas. Tampoco se tomó ninguna medida para ocupar las colinas que rodeaban la ciudad. Los soldados disponibles para defender la ciudad estaban mal armados,y  tenían la típica propensión a desmandarse en cuanto perdian a su oficial al mando.

  Algunos de esos soldados lincharon a uno de los miembros de la Junta de Defensa,el marques de Perales, con el pretexto de que las cargas de mosquete que les habían entregado no tenían polvora,sino arena.

  La Junta Suprema Central envió peticiones de auxilio, pero los supervivientes de las batalla en Gamonal y Somosierra no estaban en condiciones de prestar ninguna ayuda, y las tropas del general Castaños se encontraban demasiado lejos para servir de ayuda. 

  El baño de sangre que se avecinaba se pudo librar gracias a que Napoleón no deseaba comprometer al rey José si no era necesario. Si podía obtener la rendición de la ciudad sin excesivo derramamiento de  sangre, quizás los madrileños y mas tarde el resto de españoles respetarían  algo más al rey francés.

 

  Napoleón ofreció a la junta términos de rendición aceptables, en repetidas ocasiones, pero la excitación el pueblo impidió que la junta  siquiera  pudiera valorar los términos.

  Tras varias escaramuzas en las calles de Madrid, el  3 de diciembre, como ultima opción antes de atacar, Napoleón ordeno una demostración de  su artillería contra la ciudad ( bombardeando parques vacíos ). El resultado no pudo ser mas predecible. La mayoría de los ciudadanos armados que debían defender las barricadas no se presentaron, y los que si lo hicieron no tardaron en marcharse a sus hogares.

"Bombardeo de Madrid, 4 de diciembre 1808", obra de Edme Bovinet,
 

 Napoleón se limitó a tomar las alturas que dominaban el Parque del Retiro, en el centro de la ciudad, y, al día siguiente, la Junta de Defensa capitulaba, aunque no antes de que las tropas regulares  que debían defender la ciudad marcharan hacia el sur.

  Ya que no se iba defender la ciudad, los ciudadanos comenzaron a desmantelar las barricadas, llevándose los muebles a sus hogares, y volvieron a pavimentar las calles con los adoquines previamente arrancados.

Parque del Retiro, con la fortaleza que Napoleon ordeno construir en el.
 

 Como era previsible, la caída de Madrid produjo un colapso generalizado de las tropas españolas en el centro de  la península. Lo que quedaba del ejercito del centro, que había perdido mas de la mitad de sus efectivos en la retirada desde Tudela, se encontraba el 2 de diciembre en Guadalajara.

  Su anterior jefe, el general Castaños, habia recibido la orden de marchar a Aranjuez para hacerse cargo del comité de generales que asesoraba a la Junta Central, asi que el mando lo tomo el general Manuel Lapeña, que intentó un movimiento para acercarse a la ciudad de Madrid y reconquistarla.

 

General Manuel Lapeña.

  Pero tras unos días de marcha, sin saber muy bien como habia llegado hasta allí, lo que quedaba del ejercito del centro apareció al sur de la capital. Sin saber qué hacer, el general Lapeña dirigio a sus hombres hacia Cuenca, donde fue apartado del mando, pasando este al duque del Infantado.

  Los restos del ejército del norte, en Segovia, marcharon hacia el sur, hacia Talavera de la Reina, en donde se reunieron con los contingentes que habían escapado de  Somosierra y Madrid.

  Los miembros de la Junta Central habian abandonado Aranjuez el 1 de diciembre, acompañados por no menos de  14.000 ciudadanos de Madrid que habían abandonado la ciudad. Marcharon en primer lugar hacia Extremadura, al oeste, y finalmente hacia el sur, hacia Sevilla, adonde llegaban el 17 de diciembre.

  En el camino, habían visto carros de transporte de munición abandonados, cañones destruidos, soldados vestidos con diferentes uniformes de distintos colores y de distintas unidades. Grupos de  entre 100 y 200 soldados desharrapados y desarmados, liderados por un sargento o un cabo, mientras grupos de media docenas de oficiales se hacía acompañar por sus sirvientes, que tiraban de  carros llenos de cerámica, ricos ropajes,etc.

  Pero el fracaso del ejercito del centro no iba a ser el único. En Cataluña, también los franceses habían pasado a la ofensiva.

  En agosto de  1808, los invasores habian pasado por serias dificultades en el noreste de la península, con la mitad de sus tropas bloqueadas en Barcelona y el resto atrapados en las cercanias de Figueres. Napoleón, cuando había planeado su contraataque, no se olvido de ellos.

  Se formaron  3 nuevas unidades a base de varias unidades del ejercito frances y de las repúblicas italianas aliadas. Así, más de 18.000 soldados de refuerzo llegaron al frente catalán, al mando del experimentado mariscal Gouvion Saint Cyr.

 

 Consciente de la dificultad de formar un nuevo ejército regular en Cataluña, donde el reclutamiento era odiado por razones históricas, la Junta Central ordeno el envío de una division de reciente  formación al  mando de Palafox y otra formada en Granada, a base de nuevas levas y contingentes de veteranos del ejercito de Castaños. Pero esas tropas aun iban a tardar en llegar a Cataluña. Y el desastre pendía sobre la cabeza de las tropas españolas en la region, lideradas por el  anteriormente capitán general de las islas Baleares, Juan Miguel de Vives.

 

  La ofensiva francesa comenzó en noviembre con un ataque sobre Rosas, cuyo excelente puerto era una base para los navios españoles . El asedio comenzó el 7 de noviembre, y la defensa fue formidable, hasta el 5 de de diciembre, cuando los ingenieros franceses lograron abrir brecha en las murallas y forzaron la rendición  de la guarnición.

"Asedio de Rosas y el castillo de  la Trinidad".
 

  El siguiente objetivo frances era la propia capital catalana, Barcelona, y el 11 de diciembre un nutrido contingente se puso en marcha hacia el sur. Marchando hacia Barcelona, Saint Cyr se arriesgaba a quedar rodeado, ya que los españoles tenían  una considerable ventaja numérica.

  Pero gran parte del ejercito español en Cataluña se quedó  de guarnicion en Barcelona, y apenas 10.000 soldados se enfrentaban a  los franceses en Cardedeu, el 16 de diciembre, siendo derrotados.

Batalla de Cardedeu.
 

  Otro contingente de cerca de 20.000 soldados españoles esperaba en la zona de Molins de Rei, protegidos por el rio Llobregat, pero al amanecer del 21 de diciembre fueron flanqueados y puestos en fuga, dejando atras todos sus cañones y provisiones.

  Así finalizaba la contraofensiva francesa en España. Madrid, Burgos, Santander y Bilbao habian sido reocupados, y los franceses habian conseguido importantes victorias en Gamonal, Espinosa, Tudela, Somosierra y Cardedeu. Los ejercitos del este y el oeste habian sido practicamente desmantelados, y el ejercito del centro había sido dividido en tres ( los supervivientes de Somosierra en Talavera, las divisiones  andaluzas de Castaños, en Cuenca, y las divisiones valencianas y el ejercito de reserva, en las cercanías de Zaragoza.

  Miles de soldados y milicianos españoles habian muerto , cientos de cañones  e incalculables cantidades de material habian caido en manos francesas. El nuevo gobierno español estaba en fuga,  y la población civil, obligada a combatir prácticamente en solitario en las ciudades, no tenia opción.

  Tan pronto como Madrid cayo en manos francesas, sus ejercitos se dirigieron hacia el sur y el oeste, para completar la ocupación de la península. Todo parecía perdido para los españoles, pero aun quedaba en la península ibérica un ejercito que no había sufrido ninguna derrota, y contaba prácticamente con todo su potencial.

  Desconocida su presencia para los franceses, el cuerpo expedicionario británico en España estaba preparado para entrar en acción. Y quería pasar a la ofensiva.


 

(Continuara…)

lunes, 5 de mayo de 2025

1808 ; Napoleon : 2ª guerra peninsular ( 9ª parte)

 

"Batalla de Somosierra" obra de Piotr Michalowski.

Viene de aquí:

  Al acercarse a la cima, Krasinski fue derribado de su caballo, y el mando de la caótica carga pasó al teniente Niegolewski.

 A diferencia de Dziewanowski, gravemente herido, Krasinski salió milagrosamente ileso y pudo regresar por el paso, que para entonces era un caos de caballos destrozados, hombres moribundos y  armas y equipamiento español abandonado.

 Aunque los jinetes polacos estaban ampliamente superados en número y completamente desorganizados, los efectos de la carga en la moral de los defensores fueron devastadores. Cuanto más avanzaban los lanceros polacos montaña arriba, la retirada de los españoles se convirtió rápidamente en una derrota aplastante. Para cuando los polacos alcanzaron la cima, las posiciones españolas habían sido abandonadas por soldados regulares y milicianos aterrorizados que huían desordenadamente, impidiendo cualquier tipo de defensa efectiva.

 

  Como resultado, la batería principal, con mucho la posición más fuerte de la línea defensiva española, no ofreció ningún desafío a los jinetes, quienes, al llegar finalmente a terreno llano, se dispersaron en todas direcciones, atacando furiosamente a cualquiera que se cruzara en su camino.

  Al llegar a la cumbre, superada la posición defensiva española  , Niegolewski, con el sable roto y el caballo herido, se detuvo y se volvió hacia el sargento Sokolowski. "¿Dónde están nuestros muchachos?", preguntó con consternación. "¡Están muertos!", respondió Sokolowski.

 Pero la resistencia de los españoles aún no había terminado. Conscientes de los pocos jinetes polacos que quedaban, contraatacaron furiosamente. Antes de que el escuadrón pudiera reponerse, Sokolowski resultó mortalmente herido, y el caballo de Niegolewski fue derribado por varios disparos, dejándolo inmovilizado contra el suelo. Un grupo de españoles cayó inmediatamente sobre él, robándole todo lo que parecía de valor y dejándolo por muerto con nada menos que nueve heridas de bayoneta y dos de bala. 

 

  Justo cuando parecía que el curso de la batalla había cambiado y los jinetes polacos iban a ser expulsados de la cumbre,  llegó la ayuda.

  Bonaparte, al ver cómo el 3er Escuadrón superaba las primeras baterías, ordenó de inmediato al resto del regimiento, así como a los Cazadores a Caballo de la Guardia, que apoyaran el ataque. Al mando del conde Tomasz Lubienski, estos refuerzos tuvieron dificultades para atravesar el estrecho paso debido a los cuerpos de hombres y caballos y los escombros que lo obstruían. 

 

Sin embargo, una vez en la cima, Lubienski reunió rápidamente a los supervivientes del 3er Escuadrón, y una vez más los defensores españoles fueron  atacados. Tras los refuerzos de caballería también se oían los tambores de los regimientos de infantería, que ahora podían ascender las laderas y el camino sin oposición. Los lejanos cánticos de «Viva el Emperador» convencieron a los defensores españoles, y su valiente determinación dio paso una vez más a una huida desbocada.

 Las llamadas de orden de San Juan fueron desatendidas, y sus hombres en retirada huyeron hacia el sur a través de las montañas y el campo alrededor, saqueando cuantos pueblos y aldeas atravesaron.

 Los primeros voltigeurs en alcanzar la cima se encontraron con un Niegolewski apenas consciente, aún atrapado bajo su caballo muerto. Plenamente consciente del negro destino que aguardaba a los prisioneros franceses capturados con vida por la guerrilla, el astuto oficial había fingido su muerte. Una vez libre, pidió a sus rescatadores que lo apoyaran contra uno de los cañones españoles capturados, donde dos cirujanos vendaron apresuradamente sus numerosas heridas.

  Lubienski ya había avisado a Bonaparte de que el paso estaba despejado y, mientras el emperador se dirigía a la cima, él también vio a Niegolewski, cubierto de sangre y aparentemente a punto de morir. Conmovido por el lamentable estado del joven, desmontó y se arrodilló a su lado. Tomándole la mano, le agradeció su valentía antes de quitar la Legión de Honor de su propia casaca y prenderla al polaco herido, que conseguiría recuperarse de sus heridas.

 En siete minutos, los polacos habían despejado el desfiladero, capturando 10 estandartes y 16 cañones en el proceso. Más importante aún, habían abierto el camino a Madrid. Las estimaciones sobre el número exacto de bajas sufridas por el 3er Escuadrón durante la carga varían enormemente debido a los numerosos relatos contradictorios del combate. Solo 20 hombres sobrevivieron ilesos a la carga, según el historiador napoleonico Louis Philippe de Ségur. Segun el general Dautancourt, quien no estuvo presente durante la carga, se registraron un total de 57 bajas. Sin embargo, el recuento vespertino tras la batalla indicó otros 26 suboficiales y soldados heridos, pero presentes.

 Entre quienes sucumbieron a sus heridas en los días posteriores a la batalla se encontraba el capitán Dziewanowski, quien, tras sufrir la amputación de una pierna, falleció en Madrid el 5 de diciembre.

  El espectacular éxito de la impetuosa carga proporcionó a Bonaparte un golpe de efecto propagandístico y  la gran victoria que la Grand Armee necesitaba con urgencia para borrar la humillación sufrida en Bailén. Como resultado, Bonaparte minimizó deliberadamente sus pérdidas, declarando el 2 de diciembre que los polacos solo habían perdido ocho hombres y 15 heridos tras despejar el frente de 13.000 defensores atrincherados.

  Si bien las cifras de bajas españolas también varían, es probable que fueran  mucho menores de lo que se podría suponer, dada la corta duración del combate y el hecho de que la mayoría de los defensores simplemente abandonaron la lucha y escaparon a medida que avanzaba la carga. Sin embargo, la caballería francesa persiguió a los supervivientes que huían, y se tomaron hasta 3.000 prisioneros en las horas posteriores a la batalla. 

 

  Entre las bajas españolas se encontraba el general San Juan, quien se vio obligado a asumir la culpa de la derrota. Una semana después de la batalla, con Madrid firmemente en manos francesas, el desafortunado general fue linchado cobardemente por sus propios hombres amotinados.

 A la mañana siguiente de la batalla, Bonaparte ordenó que el regimiento fuera formado para revisión. Tras inspeccionar personalmente a sus valientes jinetes, muchos de los cuales presentaban heridas y contusiones visibles del día anterior, el emperador se quitó el sombrero y declaró: "¡Sois dignos de mi Vieja Guardia! ¡Honor a los mas valientes entre los valientes!".

Polacos desfilando ante Napoleon.
 

 Se concedieron un total de ocho Legiones de Honor a los oficiales del regimiento y otras ocho a los soldados y suboficiales. El 2 de diciembre, cuatro años después de la aplastante victoria de Bonaparte en Austerlitz, el regimiento acompañó a su emperador hasta las puertas de Madrid, que se rindió dos días después. 

 

  En Polonia, la noticia de la carga provocó una oleada de fervor nacional. Los hombres del regimiento representaban a algunas de las familias más destacadas del país y a la flor y nata de la juventud polaca. Kozietulski sería conocido el resto de su vida como el Héroe de Somosierra y finalmente fue nombrado barón del imperio.

 Con José Bonaparte instalado de nuevo en el trono español y la presencia británica en la península reducida a una pequeña fuerza en Portugal, Bonaparte regresó a Francia a principios de 1809, deseoso de centrar su atención en una Austria resurgente y en la inminente Guerra de la Quinta Coalición. En febrero, los jinetes polacos se retiraron a Francia, donde esa primavera fueron reequipados de nuevo como lanceros.

  El regimiento continuó sirviendo con distinción en todo el continente, incluyendo de nuevo en España, donde el general Palafox los apodó "Los lanceros del diablo”. En la campaña de Rusia, el general Colbert, comandante de la caballería de la guardia, ordenó a todas las unidades de caballería que usaran gorras y capas polacas al entrar en servicio , ya que esa era la unica manera de mantener alejados a los cosacos.

 Finalmente, se formaron dos regimientos polacos más de lanceros de la guardia, y cuando Bonaparte fue exiliado a Elba en 1815, lo acompañaron 109 de sus lanceros polacos. Los lanceros sirvieron a su emperador por última vez durante la Campaña de los Cien Días, incluyendo la batalla de Waterloo, donde no pudieron romper los cuadros de la infantería británica. Tras la derrota de Napoleón y su destierro definitivo a Santa Elena, el regimiento regresó a Varsovia, donde fue desmovilizado.


 

A history of the Peninsular war, Volume 1, 1807-1809 -Sir Charles Oman.

Annals of the Peninsular campaign, from 1808 to 1814 – Thomas Hamilton

The Peninsular war – Charles Esdaile.

(Continuara...)