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lunes, 11 de agosto de 2025

Roger de Lauria, Almirante de Aragon ( 3ª parte)

 

Manfredo de  Hohenstaufen, rey de Sicilia.

Viene de aquí:

  En los meses anteriores al choque en Benevento, la reputación de Manfredo como líder militar se había visto mermada por recientes derrotas.

 Motivado por sus aspiraciones en los Balcanes, Manfredo había forjado una alianza a principios de 1259 con el déspota de Epiro, Miguel II Comneno Ducas, al casarse con su hija, Helena.

Se vio así metido de golpe en una batalla por el control de los Balcanes entre Miguel  II de Epiro, aliado con Guillermo II Villehardouin, príncipe de Acaya, y el emperador bizantino de Nicea, Miguel VIII Paleólogo.

Miguel VIII Paleologo.
 

  En la primavera de 1259, Manfredo envió un contingente de 400 soldados de caballería alemanes, junto con infantería siciliana, para ayudar a su suegro, pero los epirotas abandonaron a sus aliados en un encuentro con las tropas bizantinas  de Miguel Paleólogo en Pelagonia, dejándolos a su suerte.

 La derrota permitió a Paleólogo consolidar su dominio sobre la Grecia continental y, finalmente, el 26 de julio de 1261, reconquistar Constantinopla del emperador latino Balduino II. El asunto daño la imagen de Manfredo, tanto como estadista como militar. 

 

  El segundo incidente que mermó la confianza en las habilidades militares de Manfredo ocurrió en el verano de 1265. Al enterarse de la llegada de Anjou a Roma, Manfredo marchó con su ejército a través de los Abruzos hasta Arsoli, a solo 24 kilómetros al este de la Ciudad Eterna, pero Carlos, a pesar de contar con fuerzas mucho menores, salió y se apoderó de las alturas alrededor de Tívoli, bloqueando eficazmente el paso de Manfredo.

Llegada de Carlos de Anjou a Roma, y su coronacion.
 

  La maniobra de Anjou funcionó. Manfredo se retiró, cediendo el norte y el centro de Italia a Anjou, un realineamiento que incitó a algunos de los aliados menos decididos del rey a cambiar de bando.

 Así pues, en la mañana del 26 de febrero de 1266, Manfredo tenía todos los motivos para creer que, si el enfrentamiento en Benevento se prolongaba, muchos de sus aliados (en particular los de Campania) podrían desbandarse.

Pedro de Vico, uno de sus principales partidarios en la región, ya había desertado y el conde Ricardo de Caserta, uno de los cuñados del rey, acababa de permitir que Carlos pasara por Ceprano prácticamente sin oposición.

 Además, Manfredo había presenciado el lamentable estado de los hombres de Anjou cuando descendieron tambaleándose de las colinas samnitas al norte, incluso mientras sus propias tropas se mantenían relativamente bien descansadas. Y, mientras esperaba que su sobrino, Conrado de Antioquía, trajera refuerzos desde los Abruzos, el rey desconocía su llegada.

 Manfredo acababa de recibir a un contingente de unos 800 mercenarios a caballo procedentes de Alemania. Consideraba que no podía esperar más auxilio por el momento y, dado el lamentable aspecto del ejército de su adversario, suponía que sus fuerzas reunidas eran más que suficientes. No esperaría más.

  En primer lugar ,envió a su famosa infantería sarracena (en su mayoría arqueros) a cruzar el puente. Fue una muy mala decisión., literalmente un error de trascendencia histórica.

 

  Manfredo había ignorada una máxima fundamental de la estrategia militar, respetada desde la antigüedad: nunca entrar en una batalla campal a menos que no se tuviera otra opción.

El estratega romano del siglo IV, Publio Flavio Vegecio Renato (conocido simplemente como Vegecio), escribió en su tratado Epitoma Rei Militaris («Epítome de los asuntos militares»), bajo el subtítulo «Reglas generales de la guerra»: “Es preferible someter a un enemigo mediante el hambre, las incursiones y el terror, que en la batalla, donde la fortuna suele tener más influencia que la valentía”.

Vegecio, quien parece haber influido en muchos comandantes medievales, añadió posteriormente: “Los buenos generales nunca entran en un combate general excepto cuando se presenta la oportunidad o en caso de gran necesidad” . Y la premisa de Manfredo para hacerlo era fatalmente errónea. Al cruzar el río con su ejército, cedió toda ventaja táctica a Carlos.  

 

  Ahora tenía que formar sus tropas al pie de una llanura de suave pendiente llamada Santa María della Grandella, con el río embravecido a sus espaldas, mientras que los franceses ocupaban las tierras altas Peor aún, sus hombres se vieron obligados a desfilar tan lentamente por el estrecho tramo que Carlos tuvo tiempo de sobra para organizar sus fuerzas como mejor le pareciera. Finalmente, Manfredo había sobreestimado el estado de desmoralización del ejército de Anjou. En realidad, Anjou poseía una enorme ventaja en la homogeneidad de sus fuerzas. Casi todas provenían del sur y centro de Francia, mientras que los hombres de Manfredo eran sarracenos, alemanes e italianos, incluyendo algunos nobles de los que ya sabía  que eran traidores.

 Bajo ninguna circunstancia, Manfredo debería haber comprometido a sus hombres a combatir con barones en quienes no podía confiar. Además, los angevinos y sus camaradas de armas güelfos estaban acorralados contra la proverbial muralla de las colinas samnitas, con escasos suministros y sin posibilidad de retirada. Era luchar o morir.

 Al principio ambos bandos parecían prácticamente empatados. Cada uno contaba con unos 3.000 hombres de armas a caballo, además de infantería, divididos en tres líneas una tras otra, es decir, una formación en profundidad. Manfredo,  que dudaba de la fiabilidad de su ejército, decidió liderarlo con sus sarracenos, sus tropas de mayor confianza.

 Tras una revuelta fallida entre los musulmanes del oeste de Sicilia, Su padre (Federico II) había trasladado a muchos de ellos a Lucera, un enclave en Apulia establecido especialmente para ellos.

 Allí, a cambio del servicio militar, se les había permitido vivir de forma autónoma y practicar su propia fe sin interferencias. Así, los sarracenos de Lucera se habían convertido en algunos de los súbditos más leales de la monarquía Hohenstaufen, y su habilidad con el arco largo se había vuelto legendaria.

 

  Detrás de estos arqueros musulmanes marchaba la caballería pesada alemana, mil doscientos hombres, luciendo la nueva armadura de placas y espadas largas. Férreos partidarios de la corona Hohenstaufen, estos estaban comandados por el primo del rey, Giordano di Lancia, conde de San Severino. Tras ellos, iba una división de caballería italiana compuesta por unos mil mercenarios (en su mayoría gibelinos de Toscana y Lombardía) y entre trescientos y cuatrocientos soldados de caballería ligera sarracena, todos liderados por el tío de Manfredo, Galvano di Lancia, príncipe de Salerno.

El propio Manfredo encabezó la tercera línea, compuesta por unos mil milicianos aportados por los nobles del Reino, de varios de los cuales dudaba profundamente.

Además de Ricardo de Caserta, sospechaba que la lealtad del conde Tomás de Acerra, otro cuñado, también estaba en juego. En consecuencia, Manfredo mantuvo la tercera división en reserva con su chambelán, Manfredo de Maletta (otro tío), y su fiel amigo, Teobaldo Annibaldi, para que le ayudaran a vigilar a su nobleza díscola.


 

(Continuara…)

miércoles, 9 de julio de 2025

Roger de Lauria, Almirante de Aragon ( 2ª parte)

 


Viene de aquí:

  Como Conradino solo tenía dos años en ese momento, su tío Manfredo (hijo bastardo de Federico II con Bianca Lancia) asumió las riendas del poder como regente hasta que Conradino alcanzara la mayoría de edad.

  Mientras tanto, el sucesor del papa Inocencio, Alejandro IV, reanudó las negociaciones intermitentes con la corte de Inglaterra, confirmando finalmente la concesión de Sicilia a Edmundo el 13 de mayo de 1255 , proponiendo investirlo formalmente en octubre del año siguiente.

 Pero el pacto se desmoronó rápidamente en la primavera de 1256, cuando los prestamistas habituales de Enrique III se negaron a proporcionar las exorbitantes sumas exigidas por la curia papal para pagar la investidura de Edmundo.

 Mientras tanto, Manfredo aprovechó el rumor de la muerte de Conradino en la Alta Baviera para hacerse coronar rey de Sicilia por el obispo de Girgenti el 10 de agosto en Palermo, con el pleno apoyo de los incondicionales de los Hohenstaufen. Alejandro finalmente rescindió la investidura de Edmundo mediante bula papal el 18 de diciembre de 1258.

 

  Pero  los esfuerzos del papado por encontrar un soberano más adecuado para Sicilia no terminaron ahí. Alejandro IV murió en Viterbo el 25 de mayo de 1261 y fue reemplazado dos meses después por Jacques Pantaleón, un francés, que tomaría el nombre de Urbano IV.

Urbano IV.
 

  Como era previsible, el nuevo papa pronto eligió a su compatriota Carlos de Anjou como paladín  y defensor de la Iglesia. Carlos accedió rápidamente a la oferta papal . La reticencia de su hermano, el rey Luis, a aprobar la empresa había sido finalmente superada por la antipatía del monarca francés hacia Manfredo, a quien ahora consideraba un usurpador.

 Tras meses de negociación, Urbano publicó una bula el 26 de junio de 1263, otorgando el Reino de Sicilia a Carlos  de Anjou bajo un estricto conjunto de condiciones, que incluían su vasallaje a la Santa Sede, su abstención de ocupar cualquier cargo de poder en los Estados Pontificios o el Reino de Italia (esencialmente el norte de Italia) y un pago anual de 10.000 onzas de oro al tesoro papal.

 Carlos no dudó ni un segundo, seguramente porque no tenía intención de cumplir los términos, y ratificaba el pacto a finales del mes siguiente.

 En apenas unos meses, Carlos demostró que no iba a ser el defensor y paladín de la Santa Sede que Urbano esperaba. El partido güelfo de Roma le ofreció un puesto en el senado, y él lo aceptó, contraviniendo directamente el acuerdo con el papado. El papa se vio acorralado, sin los medios para hacer cumplir el tratado vigente, por lo que no tuvo más remedio que consentir uno nuevo, que se negoció en abril del año siguiente con términos mucho más ventajosos para Anjou.

 El acuerdo alcanzó su forma definitiva en septiembre de 1264, solo unos días antes de que el propio Urbano falleciera a causa de una enfermedad no especificada en Perugia el 2 de octubre. Carlos pasó el resto del año y los primeros meses de 1265 en Provenza preparándose para la ofensiva contra Manfredo. La movilización de Anjou se financió principalmente con los diezmos de la iglesia, y el 15 de febrero su causa se vio reforzada aún más por la investidura de otro compatriota francés, el occitano Guy Fulquois , como Papa Clemente IV, que demostraría ser uno de los más firmes defensores de Carlos de Anjou.

  El nuevo papa Clemente no tardaría en adherirse con entusiasmo a la intencion del anterior papa de reclamar el Regno, el reino ed Sicilia, calificando la próxima campaña militar como cruzada.

 Solo Manfredo se interponía entre Carlos de Anjou y la corona de Sicilia.

 En la primavera de 1265, Carlos estaba preparado. En Marsella, el 10 de mayo, él y un séquito armado de varios cientos de caballeros y ballesteros se embarcaron en treinta galeras con destino a Roma. Gracias a una tormenta primaveral en las cercanias de Pisa, la flotilla de Carlos de Anjou pudo escapar de una flota de 80 galeras enviada por Manfredo para interceptarla.

 

  Al llegar a Ostia, la flota pudo superar fácilmente una serie de obstáculos marítimos para acceder a la desembocadura del Tíber, lo que les permitió llegar a la Ciudad Eterna el 23 de mayo. El 21 de junio, Carlos fue reconocido oficialmente como senador de Roma. Pero el grueso de sus fuerzas aún no se había movilizado y marchado por tierra para unirse a él, una costosa campaña para la que aún necesitaba conseguir financiación suficiente.

  No fue hasta principios de otoño que Carlos, en colaboración con el papa Clemente, logró reunir el dinero suficiente para reunir su ejército: unos 6.000 hombres de armas a caballo, 600 arqueros a caballo y casi 20.000 infantes (la mitad de los cuales eran ballesteros), según las estimaciones  sumamente exageradas de los cronistas.

 Gilles Le Brun de Trazignies, condestable de Francia, y Robert Béthune, futuro conde de Flandes, reunieron a los hombres en Lyon alrededor del 1 de octubre. Eso iba  a significar que las tropa deberían travesar los Alpes  por el Col de Tende para llegar al norte de Italia, dominado principalmente por los gibelinos, a finales de noviembre.

 Aun así, los hombres se vieron obligados a tomar una ruta tortuosa para evitar a los genoveses y a las fuerzas del marqués Oberto Pallavicini, aliado de Manfredo, quien controlaba una vasta franja de Lombardía centrada en Pavía.

 

  Por lo tanto, las tropas francesas marcharon por Milán y Mantua para llegar a Bolonia a finales de diciembre; luego continuaron por la Vía Emilia hacia la Marca de Ancona, parte de los Estados Pontificios. Fue un viaje arduo, pero, en el camino a Parma, tuvieron la fortuna de que se les unieran 400 jinetes güelfos bien equipados procedentes de Toscana, capitaneados por el conde Guido Guerra.

 La fuerza principal finalmente cruzó los Apeninos para llegar a Roma el 15 de enero de 1266. Para entonces, Carlos se encontraba peligrosamente escaso de recursos y se sintió obligado a completar la campaña rápidamente. Lideró a su ejército fuera de Roma cinco días después. Pero, en la mañana del 26 de febrero de 1266, tras haber superado obstáculo tras obstáculo, el largo y laborioso camino hacia la corona que tanto ansiaba parecía irremediablemente frustrado.

  No era por falta de coraje de su parte. Ya se había consolidado como uno de los guerreros más destacados de su época, tras haber reprimido múltiples revueltas en su recién “conquistado  por matrimonio” condado de Provenza y haber participado con distinción en la Séptima cruzada de su hermano a Egipto.

  Pero solo el coraje no iba a ser suficiente para vencer en Benevento.Solo había un estrecho puente para cruzar el caudaloso rio Calora, y los soldados de Manfredo lo controlaban.

  Inexplicablemente, Manfredo ordeno a sus tropas cruzar el puente para presentar batalla a los güelfos de Carlos de Anjou. Como hombre de fe, seguro que Carlos considero que el movimiento de Manfredo era un regalo de la providencia.

 

  Manfredo era un hábil diplomático y un valiente guerrero que había superado en escramuzas o derrotado por completo a las fuerzas papales enviadas contra él. Tras la batalla de Montiperti, el 4 de septiembre de 1260, en la que los güelfos de Florencia fueron derrotados por los aliados gibelinos de Manfredo, su poder en la península itálica era predominante.

  Pero  la lealtad de muchos de sus súbditos seguía siendo, en el mejor de los casos, tenue. El problema, en parte, residía en que no se le consideraba el heredero legítimo de la corona de los Hohenstaufen.

  Conradino sí lo era, y los rumores sobre la prematura muerte del príncipe resultaron ser falsos. De hecho, Manfredo nació como bastardo en 1232, hijo del emperador Federico y su amante, Bianca Lancia d'Agliano. Parece que Federico se casó con Bianca en su lecho de muerte para legitimar su descendencia, pero las nupcias fueron posteriormente consideradas no canónicas. Sea como fuere, Federico dispuso en su testamento que legaba a Manfredo un vasto patrimonio en el sur de Italia como príncipe de Tarento y lo colocaba específicamente en la línea de sucesión del Reino de Sicilia.

"Encuentro entre Federico II y Bianca Lancia d'Agliano."
 

 Pero, desde que se descubrió que Conradino seguía vivo, la posición de Manfredo como rey se había erosionado considerablemente. De hecho, muchos de sus presuntos aliados lo consideraba  un usurpador, a pesar de sus declaraciones de resolver el asunto cuando Conradino alcanzara la madurez.

  Esto permitia a aliados y seguidores con una fidelidad un tanto voluble repensar su lealtad cuando les convenía. La fuerte dependencia de Manfredo de la familia de su madre, los Lancia, para la gestión diaria del Reino de Sicilia, tampoco le granjeó el cariño de las demás familias nobles, que debieron sentirse excluidas de los círculos de poder.


 

(Continuara…)